jueves, 20 de octubre de 2011

Un día diferente

                                                         Un día diferente

   De pronto estaba en la compuerta del medio de un camión de sandías. Al cual salte justo a tiempo, cuando iba a ser atropellado  por un vehículo negro: aparecido de la nada cuando me disponía a cruzar la calle y lo único que se me ocurrió fue saltar al camión.
   Me dije -“¡estoy salvado, aun conservo mi agilidad!”- Pasado el mal momento me dispuse a continuar mi camino, satisfecho de mi hazaña, ya que bajo la marcha mi transporte casual. De pronto un Gordo con cara de malandra, en la parte trasera del camión y con un palo de escoba largo, se interpuso. Lo mire mal y se quedo “piola”. Pensé -“se ve que le llegó”- y me dispuse a intentarlo de nuevo, para mi sorpresa, volvió a hacerlo y esta vez con una mirada irónica y llena de sarcasmo. Era raro ver como el vehículo aceleraba su marcha en mis intentos de saltar y luego aminoraba. Lógicamente no pude hacerlo, lo miré como diciéndole “Cortala, cortala” y para mi sorpresa, accedió con una mirada de niño juguetón, el cual había sido atrapado haciendo una de sus travesuras. Y traté de nuevo, pero volvió a hacerlo y así, sucesivamente…
   Las casas y el paisaje iban cambiando, y cuando menos quise darme cuenta, estaba cerca de casa, en los barrancos cercanos donde solía jugar de pibe. Me dije –“esta es la mía, aunque vaya fuerte, yo me tiro”-. De pronto escucho ¿te queres tirar? ¡Así que…! ¿Aquí la tenés clara? – Y resonó otra voz - ¿por qué siempre los dejas correr en los lugares que ellos conocen? – Y él respondió – ¡porque me gusta…! – Agregando – ¡Dale salta! pero mirá que es largo el camino y te vamos a encontrar igual.
   Me temblaban las piernas y de a poco tomé conciencia de lo que estaba ocurriendo. Me dije -“jugado por jugado, yo me tiro igual”- salte, empecé a correr y caí por el terraplén cercano a la ruta y rodé cuesta abajo por el pasto, finalmente me detuve, mire a los costados y la tenue luz de la luna, me permitió ver los caminos y me decía –“pensá rápido, pensá, pensá…”- .
   Sentí sus pasos buscándome. Los escucho coordinando para agarrarme. - !Andá  por allá, vos fíjate al final de la arboleda y vos andá por donde cayó! Yo voy a mirar desde aquí arriba, hacia donde sale y les aviso.-
   Corrí por el camino más cercano a casa, lo conocía bien, me dí cuenta que sería la forma más segura de ser agarrado. Estaban dispuestos de tal forma, que saliera donde saliera, me iban a “cachar”.
   Hice lo contrario, salí hacia el terraplén de donde había caído y empecé a subir, era muy escarpado, de pastos altos, lo cual me servía de escudo para no ser visto.
   Mi mano se enterró en un hueco oculto y grande, cubierto de un verde manto que hacia de puerta. Pensá rápido –“tengo miedo a lo que habrá dentro, pero más temo a quedarme “piyo”, si estos tipos me encuentran” -. Introduje mis piernas y medio cuerpo en el agujero, sentí una presencia fría en mi mano izquierda, además se movía muy levemente. Se me cruzaron varias imágenes por la mente, de lo que podría ser, pero el temor era mayor, mordí mi boca, corrí mi mano y me introduje en la espesura de ese manto verde-marrón que colgaba, podía ver a través de ellos y me sentía seguro, pero con miedo “cagado en las patas”.
   Podía verlos correr hacia abajo, buscándome, hablando y discutiendo, pero el gordo no se movía, él permanecía tranquilo, caminaba como si estuviera en la peatonal   Lavalle, mirando, husmeando, analizando, esperando… -¡Che por aquí no está…!- -¡Por aquí tampoco…!- -¿Dónde se mandó…?-
   El Gordo dijo -esta por aquí, nos quiere engañar, volvió hacia arriba, para que nosotros lo pasemos y mandarse para el otro lado. Pero esta por aquí…- -¡miren bien…!-
   Giró su mirada al terraplén, observo y clavo la mirada hacia donde yo estaba, levanto su rifle y apunto, con una risa socarrona y descarada. Pensé –“No sabe que estoy aquí, lo hace para asustarme, no puede saberlo… ¡no, no, no lo sabe…! Sentí el mecanismo del gatillo montarse y sus cejas ciñéndose, su rostro se puso duro y su cara me inspiraba a final. No aguante más y corrí hacia él, con las manos en alto y mi carita de “¡Ya está…! me encontraste y ahora ¿A qué jugamos…?
   El Gordo expreso una sonrisa de placer y destreza, al haber dilucidado bien, los paso que yo había dado, mostrándose gustoso delante de los otros.
   Me dijo -camina hacia arriba y no te hagas el tonto-. -Tenemos mucho que hacer, subí al camión y vamos-.
    Ví que entre ellos disertaban a cerca de mí, pero era en derredor del Gordo, supuse entonces que  él era el jefe. Me preguntaba ¿Qué querrán de mí? ¿Por qué me hacen esto? ¿Qué placer les causo?

   Comienzo un largo viaje, donde no puedo saber por donde voy, que va a ser de mí y llego a pensar si en algún momento, esto se detendrá…
   Paró el camión, siento que se bajaban, pasos, la puerta se abre - ¡bajate, dale que no tengo todo el día!-
   Miro el paisaje tratando de ver, si reconozco algo, algún punto referente conocido. Todo es extraño, ajeno a mí. Me digo “mira bien, mira bien…”
    Un pasillo largo me llevaba donde un sucio cuarto, será mi destino final.
    -¡Flaco…!- Dijo el Gordo, -ponete a cocinar algo que tengo hambre, siempre tengo hambre cuando salimos a cazar “pichis” dormidos en las calles.-
   Mi cabeza es un berenjenal de preguntas ¿Qué hice yo para merecer esto? ¿De dónde son…? ¿Por qué nadie los detiene? ¿Cómo caí en este quilombo? ¿Cómo actúan impunemente? ¿Y la ley…?
    Trato de reponerme entrar en mí, pensar en algo, tener esperanzas, esperando que alguien me haya visto, que alguien note mi falta, que alguien me extrañe.
    Pienso en mi familia, mi trabajo, mis hijos. Todo sigue igual fuera de mi y yo aquí, atrapado dentro mió y con estos custodios de mi propia muerte.
   Me temo que el juego al que el Gordo se refiere, me tiene a mí como al pequeño zorro ingles. Recuerdo esas películas, donde solían estar montados muy paquetudamente algunos señores y alguien soltaba un pequeño zorro de su jaula, para ser cazado; deporte que en su momento me parecía muy perverso y tribal, pero ahora, me resulta muy cruento y despiadado.
   Pasa el tiempo y nada se, trato de dormir, de ganar fuerzas pero… ¿para qué? Si estoy a merced de estos “putos” y sin esperanza alguna…
   Voy a dormir igual, no tengo que perder las esperanzas, no debo perder las esperanzas…
   Duermo… y sueño… Sueño que nada paso, que estoy en casa, haciendo nada y espero la noche. Duermo, despierto voy a mi trabajo vuelvo a casa y así todos los días…
   ¡Hey… Despertá! Vamos a salir, necesitamos un par más para el jueguito…
    Salimos en un auto. Uno de buena marca y que contrasta con la pocilga que me alberga. Parecen gente común pero no lo son.
   Llegamos a una feria, antes de bajar me dice el Gordo -no te hagas el vivo, mira que me gusta tirarle al pato. Además aquí nadie se mete, en verdad, nunca nadie se mete así que… “sacate un diez” y todo va a salir bien. Me pregunte ¿bien…? ¿Para quién…? Yo, no la estoy pasando bien.
    Callé, los vi a todos juntos, el Gordo en medio, pegado junto a él, un pequeño muchacho de unos nueve a diez años, parecía su mascota. Adelante y husmeándolo todo, el flaco, como tratando de satisfacer en todo a su jefe. A su costado derecho, como si siempre anduvieran juntos el Fortachón de pocas palabras y su compinche el Petizo. Ambos a juzgar por su facha, de muy mal genio, de una mirada remolona y cabizbaja, atentos a todo lo que ocurre al rededor, como prestos para que nada los sorprenda.
    Una mujer camina delante de nosotros, tiene su piel suave y tersa, su pelo color castaño ceniza claro que cae por sus hombros, su tez es blanca, sus ojos, marron color miel y una dulzura inmensa ¡deseable, muy deseable! Llevaba un niño de la mano, de unos cuatro años y un bolso de compras.  Camina sin prisa mirándolo todo como buscando algo.
   El Gordo también la vio, apresuro el paso para acercarnos a ella. Nos miró con cara de extrañada y la miré, le hacia señas con mis ojos y trataba de insinuarle que me habían secuestrado, sin que se dieran cuenta los demás.
   Ella me miró entre asombro y perturbación, como si entendiera mucho menos. Asumo por sus gestos, que no sabía si se trataba de una propuesta obscena o de algo siniestro que no se atrevía a pensar.
   Apresuró el paso y tiró de la mano a su hijo para ir más rápido, ya que la escena no era mucho de su agrado, de una u otra forma.
  Pero el Gordo hizo una seña y el Fortachón y el petizo le obstruyeron el paso, hasta quedar atrapada en medio. Ella “cayó” de repente, en que no se trataba de un piropo o insinuación alguna, esto es algo de lo que no podrá “safar”.
   El Flaco le dijo –seguí y hacete la boluda, que no se den cuenta ¿no queremos que le pase nada malo al niño, no…?- levantando su remera mostrole el mango de la pistola que sobresalía del cinturón de su pantalón y no hizo falta más aclaraciones.
   - Doblá a la izquierda y tomá ese pasillo - era claro que nos querían llevar a una zona con menos gente, así podrían desplegar mejor sus intenciones, sin molestia alguna. Era claro que habían conseguido dos juguetes más, pero todavía no sabía para que ¿Diversión? ¿Lujuria? ¿”Alpedismo”?
   Cada vez, veía más alejada mis esperanzas de escapar y ahora con una mujer y un niño, sería más difícil. Si en algún momento se diera la oportunidad ¿Qué haría…? ¿Dejaría a esa mujer y a su niño…? ¿Me los llevaría...? ¿Cómo haría para poner distancia entre ellos y nosotros con más peso de la cuenta, sabiéndolos sabuesos, perros de presa y buenos a juzgar por su soltura?
    Finalmente llegamos a la casa y por sus miradas, la intención era dar riendas sueltas a las bajas pasiones, hacer de ella un objeto, de otro juego, un juego donde no fue formalmente invitada, un juego donde la piel, las manos, los jadeos, el sexo tendrán otro registro en el arcón de los recuerdos.
   Rápidamente los tres, junto al muchacho se adentraron en la habitación, encerrando previamente al niño en otro cuarto, dejándome a mí y al Flaco en la cocina. Este tenía una mirada desesperada, ansiosa, como presuroso a que le tocara su turno.
    En la mano solo tenia un cuchillo con el cual me amenazaba, las pistolas las había recogido el Gordo y las llevó consigo. Reclinado de costado con la oreja pegada a la puerta, parecía seguir cada escena ocurrida dentro.
   Yo estaba alejado, por que el así lo había dispuesto, cerca de la mesada. Observe todo desesperanzado, esperando a que algo se les hubiese escapado, algo que me diera la oportunidad de salvarme, de salir, de terminar todo este martirio.
    Un brillo atrapo mi mirada, era la hoja de un cuchillo de cocina, casi sin punta, sobre la alacena, como descartado tras prestar servicios durante largos años.
   Pensé “esta puede ser la mi” Si se descuida lo tomo se lo ensarto y me las tomo.
   Me miraba, me amenazaba y luego ser cargaba contra la puerta, como si estuviera del otro lado y su cuerpo se quedo fuera. Viene hacia mí, luego vuelve hacia la puerta y no pierde la mirada. La puerta, yo, la escena.
  Sigo atento a la oportunidad de tomar ese cuchillo y sorprenderlo antes de que se de cuenta.
   Finalmente se quedo extasiado absorto y con los ojos desorbitados junto a la puerta. Atrapado por los gritos, los ruidos, los gemidos y ese aroma dulce y pestilente… Un viaje que lo llevo a otro mundo, un mundo fuera de este. Tomé el cuchillo, me acerque despacio, levante mi mano y con la derecha tape su boca, en un silencio cortante, clave el cuchillo por sobre el hombro izquierdo, hacia abajo y siento como mi mano hace tope en el hueco entre la clavícula y el trapecio. Se movió de una forma espantosa y la roja sangre se me pegó en la mano con una tibieza extraña, ajena y sus ojos crispados blanquecinos, acusaban la llegada de la muerte.
   Me saqué esa roja muerte, frotándome contra su camisa y quiero como transferírsela, devolvérsela toda, para que no me toque, pero no sale. Trate de calmarme y me puse a esperar tras la puerta hasta no escuchar, nada más que el silencio…
   Agarre suavemente el picaporte lo gire sigilosamente, mire todo el panorama y con un temblor frío en mi espalda, pensando ¿Qué hago, que hago…?
   La mujer estaba acurrucada en un rincón, con su mirada perdida y un hálito de muerte la ensombrecía, como pecado ajeno, pero suyo.
   El Gordo dormía como un niño, el muchacho con medio cuerpo sobre su panza y el resto cayendo por un costado. Los otros dos, el fortachón y el petizo dormían en otra cama.
   Tomé valor y con el viejo cuchillo me arrime hasta el Gordo, calculando la estocada, le dí entre las costillas y el hígado, sus ojos se abrieron grandes y me miraron pasmados incrédulos, asombrados. Rápidamente lo degollé con  alto costo, mi arma tiene poco filo. Despertó el muchacho, me miro entre dormido y asombrado. Sentí entre pena y broca y sin darme cuenta lo había matado, el cuchillo entro en su pecho y quedo sin aliento.
    Los otros dos, se estaban despertado, me apresure a arrimarme donde ellos. Trate de apuñalar al fortachón, pero el cuchillo no le entraba y se estaba levantando y más me desesperaba lo intentaba, lo intentaba hasta que al final pude hacerlo, el otro reacciono pero ya era tarde, mi golpe fue certero; entro la hoja por su panza y aunque no moría, ya nada podía hacer, era solo cuestión de tiempo y los dos lo sabíamos.
   Saque el cuchillo y se lo enterré de nuevo, una y otra vez, para que todo terminara.
   Siento que la piel se me desgarra, un objeto extraño entra en mi cuerpo, no entendí sentí escalofríos mareo y un dolor en el abdomen y mi sangre caliente corriendo por mi bajo vientre y miro hacia abajo y lo veo, el Flaco con su mano ensangrentada tratando de darme de nuevo, casi sin fuerzas; Atine a darle un golpe con el cabo, caí al piso y me arrastre hasta donde estaba y lo clave reiteradas veces, hasta quedarme dormido.

                                              Víctor Hugo Ibáñez

El ritmo en la poesía a cargo de Victor hugo Ibáñez 27/10 19hs abierto


Seminario "Poesía y psicoanálisis"
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Aula 18 - 19 horas
Próximos Encuentros Abiertos
Jueves 20/10 - 3/11 y 10/11
"Psicoanálisis" a cargo de Juan Eugenio Rodríguez

Jueves 27/10
“La cuestión del ritmo en la poesía”  a cargo de Víctor Ibáñez
Encuentro poético abierto - Mesa de poetas
Micrófono abierto


Se encuentran a cargo del seminario el Lic. Juan Eugenio Rodríguez,especialista interdisciplinario en problemáticas sociales infanto-juveniles (CEA-UBA) y la Lic. Eleonora D’Alvia, técnica profesional adjunta del CONICET

Informes: Lun a Vie de 10 a 19 hs
al 4480-8937/4651-3035
extension@unlam.edu.ar

Florencio Varela 1903
San Justo-Pcia. de Bs. As.


Organiza:
Depto. de Actividades Socioculturales y Extracurriculares.
Secretaría de Extensión Universitaria.
Universidad Nacional de La Matanza
www.unlam.edu.ar

FAUSTO en versión libre


17 de Noviembre 19 hs en el AUDITORIO GRANDE
 entrada libre y gratuita

Espectáculo poético plástico
“FAUSTO”
versión libre J. W. Goethe 

Informes: Lun a Vie de 10 a 19 hs
al 4480-8937/4651-3035
extension@unlam.edu.ar

Florencio Varela 1903
San Justo-Pcia. de Bs. As.


Organiza:
Depto. de Actividades Socioculturales y Extracurriculares.
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Universidad Nacional de La Matanza
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