Pero… ¡Si estoy callado como un muerto!
Sabor amargo que se aprieta en la garganta
siniestro como un barco fantasma encallado en la carne
y un callo abrazador que recubre maternal la simiente.
Callo, callito, callado.
Mitiga el dolor que me duele
suavizando mi caída con
mentirosos sacos de plumas
y de costras enraizadas en el tiempo.
-Vocecillas
preciosas, susurros diminutos
que me
llaman sin pronunciar mi nombre.
Sirenas que encantan mis oídos
tan dulces inadvertidas
envolventes.
¡No debo! ¡No
quiero! ¡No puedo!
¡¡¡Oh…!!!
Qué hermoso sería
encontrarme a
la musa sin ruidos…
No obstante.
¿Valdría la pena?
¿Cómo juega
el ruido en la poesía?
La pregunta
me devuelve y me dejo.-
Se pudre la carne y me
lleva.
¡No hay tiempo! ¡No hay tiempo…!
El callo encallado en la carne se oculta silente
y lo trago mudo como un nudo putrefacto
llamando a la muerte.
Víctor Hugo Ibáñez (1966)
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